viernes, 26 de febrero de 2016

LA CASA DEL MUERTO



«Un loco» (circa 1810), Francisco de Goya


LA CASA DEL MUERTO

Las noches de verano, de madrugada, se oían los gritos de la madre. Insultos, reproches, meros bramidos… Una disputa antigua, un conflicto de familia enquistado desde alguna herencia desafortunada, una conflagración demasiado intensa para ser un simple enfrentamiento entre vecinos.

La casa parecía la causa del problema. «¡La barraca, la barraca, hijadeputa, la barraca, ahora quiere la barraca», chillaba y el viento llevaba su voz hasta los confines del barrio. 

Pero… ¿qué barraca?

Primero murió el padre. Un gigante viejo y silencioso al que había visto algunas noches, deslizándose, pegado a las fachadas de las casas. Murió… o desapareció, ¿quién sabe? En todo caso, la madre, libre de las obligaciones domésticas, empezó a frecuentar la calle. Desencadenada su locuacidad, desparramaba sus reivindicaciones entre los transeúntes que la esquivaban sin mirarla siquiera al rostro.

Fue entonces cuando el hijo, triste y bovino, empezó a volver tarde a casa, de madrugada, ebrio, vacilante.

Un día nos dimos cuenta de que también había desaparecido la madre, pero el hijo siguió volviendo de madrugada, ya totalmente borracho, tropezando con los árboles, cayendo de bruces, en silencio.

Nunca había sido gran cosa, le conocía de vista desde que éramos adolescentes. Las muchachas del Centro comentaban entre risas  sus mil y una rarezas, pero sólo recuerdo de forma imprecisa como explicaban que sus enormes bocadillos estaban rellenos de un revoltillo inverosímil de restos. 

Jamás oí su voz.

La casa es insólita, algo así como una excrecencia surgida en un costado del edificio principal, un primer piso minúsculo con entrada por un patio extraño, como un patio de luces que colindara con la calle. El resto del edificio siempre me ha parecido deshabitado aunque aún ahora, a veces, de noche, se filtra una luz ténue por las rendijas de algunas persianas. La puerta principal, siempre cerrada, tiene marcas de fuego y humo que nadie se ha preocupado en eliminar desde que alcanza mi recuerdo.

Un día, una ambulancia y tres o cuatro coches de policía se estacionaron ante la casa. En el barrio se dijo que lo habían encontrado muerto. Sí, hacía días que había observado un enjambre de moscas entrando y saliendo por la ventana abierta de su habitación, lo había intuido.

La casa permanece abandonada y desde la calle, por la ventana abierta, se ve una bombilla sin lámpara colgando del techo. Solitaria.


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